A lo largo de los años, las mujeres han sufrido atropellos y discriminación por su género, una realidad problemática que se refleja en cifras alarmantes. Una de cada cuatro mujeres sufre alguna vez en su vida un ataque sexual, pero solo el 10 % deciden hacer la denuncia, mientras el otro 90 % prefiere mantenerse en silencio por temor a no ser escuchadas, o a que los juicios sociales las culpabilicen como las responsables de su violación, por propiciarla de alguna manera. Para estas mujeres, no hay nada peor que sentirse humillado luego de vivir una experiencia desgarradora, y recibir a cambio rechazo o juicios por parte de las personas más cercanas. Como dice Inés, “No les creemos, porque cuando una mujer cuenta lo que le pasó, dice cosas que no nos imaginamos, que nos perturban, que no esperamos escuchar, que nos asombran”.

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La sociedad se niega a escuchar este tipo de testimonios que incomodan, pues a nadie le gusta imaginarse lo que ocurre un una violación. Es por esto que se prefiere un hecho o noticia plana, oscura e impersonal, cuyo recuerdo desaparece a los veinte segundos de haberla leído. Mientras que escuchar un testimonio profundo, desde la experiencia personal de quien lo vivió, queda grabado para siempre, generando una sensación de incomodidad, que lleva a quien lo escucha a sentirse culpable del hecho, simplemente por ser parte de una sociedad degenerada. Es por esto que el oyente tiene dos caminos, o re victimizar a la víctima al darle menos atención a los datos de su testimonio que desagradan porque no se esperaba escucharlos; o culpabilizar a la víctima sentenciándola con juicios, al prestarle más atención a los datos que disgustan porque se esperaban escuchar.

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Según Afanador y Caballero (2012), “De manera frecuente las actuaciones de las mujeres reflejan en los ámbitos de la vida privada y pública, el temor fundado en la desigualdad de poder, que en múltiples casos coarta su capacidad para actuar como ciudadanas titulares de derechos, hasta el punto de tolerar y callar variadas expresiones de violencia - incluida la sexual-”. De esta forma, la sociedad parece pensada desde una mirada masculina que debilita al sexo femenino restándole importancia, hasta el punto de que las mismas mujeres se sienten inferiores, como si no merecieran tener derechos o como si se tuvieran que culpar a ellas mismas de los agravios ocasionados por un externo.

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Hay mujeres que afirman que los juicos o sentencias son peores que la misma violación, pues en situaciones de peligro, se busca sobrevivir hasta el punto de que muchas prefieren negociar el sexo por la vida.

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Si se entiende que cualquier mujer por fuerte que sea, está expuesta a un ataque sexual de parte de un hombre de diversa clase social y aspecto, se logrará escuchar y permitir que estas mujeres alcen la voz, o de lo contrario la sociedad continuará siendo la responsable de su silencio y soledad.